—¡Iren! —vociferó el Honorable Gobernante, ya excedido por la circunstancia—. ¡Démen esas diplomas!
La noche se anunciaba refregosa. Todo había comenzado con la sucia maniobra, tramposa y marrullera, de Coque Escuincla. Se agregaron más tarde la codicia de unos doctores y la ofrecidez o nalgaprontismo endémico de los poetas, que pagan por que los alquilen. Esto yo no lo supe, como es natural, desde un principio. De haberlo sabido, mi Dios, ni me arrimaba. Sufren los que no saben, y gozan otro tanto los que tampoco.
No se piense que voy a soltar en esto una jeremiada cavernosa en el más puro estilo Juancho Dañón. Para nada: la bajeza o alteza moral de los poetas me tiene sin cuidado; lo que me duele es que las ninfas prometidas ni se hayan aparecido. Pero es mejor encaminarme con orden y sustancia.
Comenzó todo aquello una mañana fresquecita: la del mismísimo 31 de febiembre. Yo estaba en la Percha de Oxidante porque no me quedaba otro remedio. Las reservas de cal y base de cloruro, indispensables en mi noble oficio, amenazaban con agotarse a medio cuero. De modo que dejé mi pintoresco Mómax (Jal. o Zac.) y procedí a lanzarme a Guanatos en mera madrugada.
Puro atravesar el Periférico y ya me requería el tembeleque celular. La voz aguardentosa de mi admirado Coque Escuincla* me apostrofó como si aquí a un ladito lo trajera. Quería invitarme a eso que llaman un evento, que si es eventual no sé cómo logren programarlo. En fin: se trataba de una chorcha bien suave, dijo, y nada tendrían que ver con ella los culturitos.
Yo había jurado no poner un pie nunca más en la Tosirrisa, changarro posmoderno de ingrata memoria: se había presentado ahí el horrendo libraco de Popea, y el viejito llamado Caballo lo chuleó esa noche sin pizca de ironía. Tramposo, el bardo Escuincla ni me la mentó (a la Tosirrisa, quiero decir). Me dijo nada más que “librarían el fondo”. Yo entendí el verbo en su acepción de salvar o desembarazar, y pensé luego-luego en puras encueratrices espontáneas que se librarían del fondo, es decir: del refajo. Más tarde supe, habiendo ya encontrado el fatigoso domicilio, que se trataba de una librería y de un Fondo. ¡Triste sordera la mía, que antaño fustigara uno de mis tantos acreedores, el desnutrido Luis Ausente Nohagonada! (“Eres un sordo ensordecedor”, llegó a espetarme.) Todavía en el teléfono, Escuincla proseguía su labor de arrastre:
—Van a venir muchas muchachas —prometióme, severo.
—¿Del tipo de Tara Valescuela? —preguntéle, jadeante.
—École —respondióme, sumario.
—Yo pongo los chetos —añadíle, impaciente.**
Llegada la nochecita y arribado al sitio de la juerga, ésta dio en disiparse velozmente. En ausencia de Tara Valescuela vino a recibirme Trocé Manos, que había renunciado con encomiable discreción al título de Poeta Ladrillero... sólo para optar con más orgullo al de Poeta Mendicante, o Mendigo a secas. Extendió la mano y pensé que me saludaba; en realidad quería un cincuentón por su nuevo poemario,
Cimiento viento descuento. Esquivarlo no fue mejor: Vitro Lombriz Parida y Lelón Plastencia competían a ver quién se había codeado con más autores famosos en la Fiera te Libro al tiempo que garabateaban sus tres próximos reportajes, el primero, y sus tres próximos libros, el segundo, cada uno en el regazo del otro. Pude atisbar los títulos proyectados por Lelón:
Saxofón y vagina en Lisboa,
Blues de tejuino y saxofón y
Descuento cimiento viento (por aquello de que no es malo copiar). De las chicas, nada.
Al entrar en la sala de actos, Escuincla me recibió con cínicas risotadas y puntapiés en el trasero. “¡Veniste, Ocho Negro!” Se dice “viniste”, pensé con desganado realismo. Y el anuncio de lo que seguía me coaguló definitivamente la moronga: el Honorable Gobernante, protestón de las partes,*** por iniciativa de un par de doctores con birrete y galones de la Royal Air Force, haría entrega de unos reconocimientos a lo más ganado**** de la poesía local. Estaban el doctor Memima, por un lado, y el también doctor Losé Bruto y Más, por el mismo lado.***** Ambos apapachaban al Honorable Gobernante, que se acomodaba el chongo muy coqueto.
Imitando esa vocación de peluquero, Escuincla se arremangó el copete y espabiló por fin al auditorio. Tetemo Vivo se acurrucaba en un rincón lejano. El animoso Baulito, encaramado en los hombros de Coché y Oraesquehay, profería elogios contra Memima. Patín Llora educaba con detenimiento a Nohagonada y al venerable Abuelio Larva en el arte de pintarse las uñas. Pichando Pastillo lo pichaba. Plastencia retocaba su cuarto libro por venir. Twix Alimenta, el Repatriado, ex-quinto lugar en los juegos florales de Transatlán, entonaba loas simultáneas al Señor y a un señor que vio pasar por la calle. Medida Burrietes promovía los garrafones de agua Arco-Iris. Rarraúl Aveces, muy zen, se la curaba hasta con lo que no hacía reír. Sabriel o Desabriel Lagaña murmuraba: “piedra... lago... camino... desvencijamiento... agrietadura... dadura... oh, mi tiempo”, y enseguida lo apuntaba todo con sus buenos espacios, de manera que aquello daba para siete páginas. De las niñas, nada.
—Total —nos dijo Escuincla— que, para no hacérselas más larga, que ustedes qué más quisiesen, vamos a dar comienzo a la premiación.
No lo hubiera dicho. Al sospechar las primeras sílabas de “premiación”, que coinciden poco más o menos con las de “premio”, aquellos monos se desperezaron. Crecieron las ansias locas, despuntaron las vanidades, ardieron las diferencias y volaron los catorrazos. Que si yo, que si tú, que si el Honorable Gobernante. Y se hizo un breve silencio, roto sin más por la renovada gritería de los guardianes o detentadores del verso. Los muy ingenuos habían creído ver, en la carpeta que atesoraba el Honorable Gobernante, no bien acertaron a citarlo, un fajo de billetes y pergaminos. Se dijeron: “He aquí el tiempo de nuestra dicha”, y atacaron parejo. Ni el doctor Memima, ni el doctor Bruto y Más, ni el propio despojado lograron reponerse. “¡Iren!”, gritaba este último. “¡Iren!”
Yo preferí dejarlos con su arrebatinga. Eso de a ver quién se gana el premio nunca me ha entusiasmado muchote, a no ser que yo mismo tenga mis francas posibilidades en el concurso. Por lo que decidí alejarme, dejando atrás aquel barullo sin mujeres.
Afuera me subí a la camioneta y gané para la Barranca. Muy propio, resolví poner, como hago a veces al final de mis aventuras, un poco de musiquita bienhechora. Quisieron el azar y la chafez de mi autorradio,
c’est-à-dire el estéreo de mi ranflita, que sólo pudiera sintonizar la Jota Be. “¡No!”, gemí en voz baja. “¡Hazme de todo, mi Dios, pero no esto! ¡Sígueme acedando la vida, confúndeme con los demás prosistas de Jalisco, pero al menos concédeme la facultad, el poder, el modesto derecho a cambiarle de estación! ¡Ya de jodido pónmelo en la, lalá lalá, la Buena Onda, que programa todavía las dolidas rolitas de Manuel Ascanio!”
Pero de nada sirvieron mis gemidos. Me tuve que ir soplando un “Suave coloquio, y sonoroso, entre Montiesco y Lumbrerio”, grabado por actores del siglo antepasado. Montiesco, tan apasionado como satisfecho, declaraba:
Lo que siempre soñé, que mi organismo
exigía de la Musa por encima
de las meras palabras, de la rima
y los tropos de ilustre mecanismo
—no la dicción, no la ilusión escrita—,
hoy se me cumple en forma de chambita:
agente literario de mí mismo.
Y en elocuente pareado completaba Lumbrerio:
He llegado a la suma de mis partes:
¡quiero ser funcionario en Bellas Artes!
Me resigné a pensar que, después de todo, mi noche no podía terminar mejor que donde acaban esos versos. Y procedí a estacionarme ahí enfrente de donde estaba el Depravamiento de las Güeyas Hartas, junto al Parche Alcaldo. La imagen de la luna, redonda y gorda, y una cenaduría que, del barrio, cual sirenianos cantares, ricos aromas destinábame, ellas, ambas, solitas contra el mundo, borraron de mí esa noche las marcas de la desgracia.
*Lo de “admirado” es apenas un esguince o genuflexión del todo reprobable. Tómese nota: Montenegro me debe un quinientón desde que me dieron el Estatal de Algascalientes. (Nota del receloso Coque Escuincla.)
**Montenegro tiene la manía de confundir el goce de la carne, léase gula, con el gócenme las carnes, léase lujuria. (Nota del Seminario de Psicoanálisis “A que no puedes comer sólo una”, reunido en cónclave botanero. Al calce de la cual, agregan: “También se hacen masajes tailandeses”.)
***Protector de las Artes. (Nota o, peor aún, enmienda flamígera de Bacín Amárguez, patrón vitalicio de la Capilla Ardiente de los Coléricos Artistas, C. A. C. A. por las siglas de rigor.
****Montenegro no quiere entender que se dice “granado”. Alega que piensa en ganado, o sea en reses, cuando ve a los ínclitos vates de la ciudad: le dan ganas de curtirles el pellejo también a ellos. (Nota del E.)
*****Tanto doctor y no fueron buenos para sanarme el miserere. (Nota del Honorable Gobernante, que ignora las costumbres universitarias y en cambio sufre como pocos a consecuencia de la diversidad gastronómica de la región.)
Lo que digo aquí ya fue hace mucho, pero la cena que me vendieron al final me sigue haciendo daño.