lunes, 1 de octubre de 2007

La noche plástica

—¡Brindo —mugió la mole informe, color chocolate— por el hijo de perra que acaba de ganarme la silla!
Entenderá el lector la ingrata congoja que me invadió enseguida: la silla en que me hallaba era la única que había encontrado vacía; la Cosa oscura y frenética alzaba su vaso hacia mí: ergo, aquel brindis era a mi salud. Yo era el usurpador, y ya me incorporaba, más cauto que cortés (un manotazo de Aquello me habría hecho tragarme las encías), cuando Abuelio Larva me sosegó con su ancestral bonhomía:

—No le hagas caso, está borracha la pobre.

Volví a sentarme, lentamente, al ver que los kilómetros cuadrados de tela de la falda de esa mujer daban la vuelta y se alejaban. El miedo no es mi fuerte, de modo que le arrojé una colilla encendida.

—¿Quién es? —le pregunté a Larva, mientras la gorda corría en busca de una ponchera para apagar sus trenzas, que ardían bonitamente.

—Es Tomi, el pincel privilegiado que detenta la posesión absoluta del colorido indígena.

—Ah —dije, y luego de masticar mejor esa respuesta, volví a decir «Ah», pero Larva se había dormido, y allí comenzó mi ruina. Krusty de la Peña, reputado martillero, estaba cerca, y alcanzó a detectar la incomprensión supina que mi segundo «ah» escondía. Sonrió sobre su hombro —se oía de fondo una canción de Cuca— y no tardó en jalar del saco al anfitrión, Trikitrake Borceguí.

—¿Ya admites ignorantes en tus fiestas? —le susurró, pero fuerte, para que yo lo oyera.

—¿Qué? ¿Ignorantes? —Borceguí pareció estremecerse, y yo lo saludé, alzando las manos para que entendiera. Krusty me miró con ese desdén que hace hervir la sangre o la congela; la mía, por cierto, siguió tibiecita.

—Sí —volvió a arrugar la solapa de Borceguí, con más fiereza—. Tomi es nuestra gloria, pero todavía hay quien no la aprecia.

Trikitrake columbró que lo mejor era sanar por lo corto. Amistoso, sincero, noble que siempre ha sido, trató de presentarme con Krusty, o algo así, para que yo, en constructiva charla, contrastara con los suyos mis puntos de vista. O algo así, porque lo que hizo fue espetarle a Krusty, empujándolo con eficaz violencia:

—Y a mí qué me dices, ve y pártele su madre.

Vi aproximarse la considerable efigie del colérico y pensé: «Ésta es la noche que el sobrepeso eligió para matarme». Ágilmente, pues mis kilos de más son cosa del pasado, eludí el embate, y Krusty cayó KO por una pared asaz resistente. Borceguí voló por las sales, y yo decidí cruzar el aposento. Mi consigna era «camina, circula, muévete», pero pronto me fue imposible cumplirla: otro prófugo de la báscula me cerró el paso, devorando una cema enorme y abrazándome. ¿Habrá atisbado el lector de quién se trataba? Nada menos que de Rubén Hérdez, el Jabalí Insaciable. Zaféme, presto, de su saludo, y no me importó perder el Chocotorro que Rubencito sustrajo del bolsillo de mi camisa. Continué mi gira.

Algo más adelante, entre aquel mar detergente[1], dos figuras preclaras de la historieta nacional hacían gala de su simpatía: ninfas ojiazules de lascivos vientres al aire, galeros de sacos de tweed nevados de caspa, pintoras y pintores y personas que pintan, algún poeta, todos celebraban la aparición de aquellos genios que no dejan chiste en el tintero ni defraudan esperanzas: Tris y Jino, los heraldos de la risa dominical. «¿Cómo estás, Jino?» y «¿Cómo estás, Tris?» son las contraseñas —sépalo el lector como yo súpelo entonces— para ingresar a la Verdadera Buena Onda Tapatía. Traté de formarme en el besamanos, pero no se pudo. ¿La razón? El retorno de Tomi a la escena: venía apoyando su desmesura carnal en el brazo de Mata Pachecos, y gimoteaba:

—¡Ay, qué voy a hacer —tiempo para resollar y sorber moco y baba— sin mis trencitas adoradas!

Mata quería consolarla:

—Vamos a la morgue, Tomi, ahí te conseguimos otras.

Caminaban hacia mí, y dispúseme a pagar de un tirón todas las culpas de mi alma. No tenía escapatoria: Krusty de la Peña, redivivo, estaba a mis espaldas.

—¡Y lo peor —bramó Tomi, al verme frente a ella— es que ahorita estoy haciéndome un autorretrato mío!

Mata Pachecos corrió, feliz, a traer papel y lápiz, supongo que para trazar apuntes al natural del episodio macabro que se avecinaba. «¡Qué lindo, un homicidio!», gritaba.

—Tomi querida —comencé a decir con aplomo, cuando ya tenía sus rodillas en mi pecho, pero me interrumpí para que Abuelio Larva, que ya había despertado y se hallaba cerca, me aclarara una duda—: Abuelio, ¿habla español, ésta?

Santo remedio. Cuando el tecolote canta, el indio se levanta. Tomi empezó a reírse, y quedé libre cuando Krusty de la Peña, Trikitrake Borceguí, Rubén Hérdez y una docena de brazos más la alzaron en vilo.

—No parece, ¿verdad? —dijo desde las alturas, guiñándome un ojo y secándose las lágrimas con la sección noroeste de su falda—. Si soy india de los pies a la cabeza.

«Y eso es mucho decir», quise agregar, pero el aire me faltaba. Había fiesta para rato, pero opté por ausentarme tras dar una vueltecita más, que fue de provecho. (Vendo un caballete, por cierto, y una licorera y varios juegos de cubiertos). Salí de la noche plástica, y otra mejor —lluviosa, pero más comprensible— me oyó silbar «Angelitos negros» mientras echaba a andar mi troca y me alejaba.

[1] Habrá querido escribir «entre aquella mala gente» o «entrando al mar ni se siente», o incluso «vi a tu madre entre la gente»: la letra de Montenegro es casi indescifrable en esta línea. (N. del E.).

Le sigue la basca al niño

Nota bene:*

Yo soy malo para las fechas, pero esta simpática aventura ha de haber salido publicada por allá de 1996. Me la encontré hace poco, cuando me dio por asear el cuartito del excusado en mi rancho de Mómax (Jal. o Zac), donde guardo decorosamente mi colección de El Tapir, tanto para la edificante lectura de mis visitas como para esos momentos angustiosos en que se acaba el papel Triple Hoja, el del perrito, el que sé usar para que el remolino se me conserve suavecito. (Si algún suspicaz, de ésos que nunca faltan, se pregunta por qué no acudo a dicho cuarto con la regularidad de la gente normal, pues veo que da la impresión de que no sé ni qué tengo ahí, habré de explicarle que a mí me gusta hacer del vientre al aire libre, al lado de la pila, y que nomás me resigno a la letrina cuando está chispeando o cuando hace mucho frío).

Han cambiado mucho las cosas desde aquellos ayeres, desde luego. Capricio ya se quedó pelón, Juancho Dañón ya no farfulla en Púbico, Mamila Esanalga fue cometa fugaz en una dirección de agricultura y alcantarillado, creo, a las órdenes de un tal Refri —y ahora está de vuelta haciéndole trencitas al turismo en Mismaloya... Se me hace que el Hijos Mano y Carabobito tuvieron un hijo... En fin, que así es el tiempo, que pasa y nos lleva entre las patas y ni cuenta nos damos. Aunque algunos sigamos tan hermosos como antes, tan lozanos. ¡Ah! Y la razón de que ahora rescate esta crónica en mi bloc es que también me hallé otra, que pondré a continuación, y se me ocurrió que estaría bien ir reeditando estas nostalgias para poner en antecedentes a los curiosos... Va, pues, así, sin salivita.

Escurriéndome por los sobacos el agridulce sudor de la corretiza que di tras una calandria que se alejaba, hace unas cuantas noches me vi de pronto frente al Sangron’s donde se juntan los bandidos que hacen El Tapir, este bodrio que pagamos los que pagamos el IVA. Yo estaba en la ciudad[1] juntando abono para el garbanzo que he dado en cultivar últimamente[2], y para decirlo sin adornos, un retortijón me orilló a buscar el desahogo sanitario en el mentado local[3]. ¿Y a quién me encuentro, atascándose con una grasienta compota de virote, chilaquiles, frijoles y queso?[4] Pues a los parásitos de marras, disputándose además de la salsa Tabasco el monto de la Beca Inmundo Hediondez. Sé que eso alegaban porque los alcancé a oír cuando, después de hacer del cuerpo, fui a saludar a mi psicotrópico amigo El Polvorón, que se divertía en dar de empujones a un monosabio de los que limpian ceniceros[5]. Abuelio Larva juraba, según deduje, que la tal beca era una miseria, y que apenas alcanzaría para un número o dos de la revista, y Lombriz Parida, Lelón Plastencia y Cafesael Secansa[6] ya de plano se habían pirado: que si había que pagar colaboraciones[7], que si había que sacar color y rascahuele en la portada, que si lo mejor era copiar el formato de Tarugancia[8], que si convenía aclarar que entraban en una “nueva época” —cosa que puso amarillo a Tetemo Vivo cuando le dijeron que eso suponía rediseñar la revista entera—, que si mejor dejaban la tarea de una vez en las pezuñas de Apuro Chafolla o de Bacín Amárguez, y demás bobadas.

En ésas estaban cuando advertí que me había reconocido Patín Llora, quien traía las uñas pintadas[9]. Rápido me dije: «Éstos van a pedirme algo» (dicho y hecho, ya lo estamos viendo), y en un movimiento intrépido le quité su Afrín al Polvorón para echarme unas gotitas en las narices, de manera que volteando al techo pareciera que yo no los había visto. El picor que me atacó[10] me redujo a la condición de Chillando Yávez, por lo que no tuve más remedio que sentarme, todo lágrimas y moco, a la mesa de los de El Tapir[11].

Supe así de la suerte que han corrido algunos personajes que fueron desfilando por la conversación, y de los que no había tenido noticia desde hacía rato. Que el Baulito Señuelos sigue masticando lápices chiquitos en su establo de poetastros; que Coque Escuincla conserva la fe en la señora Maevan’s[12], y que hizo una visita a Luis Ausente Nohagonada para traducir a un tal Buchaca; que Alergio Ñoñales ya le dejó encargada una caja con cositas al doctor Esmimugre, para empezar a meterse y a la larga tumbarle el hueso; que Malicia Bebida está en una pausa creadora y de mientras reparte cuadritos de papel higiénico en los baños de La Comanche; que el doctor Memima se hace trenzas a la Willie Nelson y tiene un espectáculo en el que recita «una vaca miga a otga vaca»; que Twix Alimenta, el repatriado, gana un premio cada que se apachurra una espinilla; que Trikitrake Borceguí está urdiendo otro manifiesto contra Carlos Salchicha (Kimono Grande)[13] . Y demás. Ah, y que un huracán llamado Ingle Véjenla está haciendo pedazos el corazón de muchos, y que come hombres.

A mí ya me andaba por irme de ahí, pues me tienen sin cuidado las aventuras de toda esa pelusa. Pero debí aguantar hasta que me pasara el escozor nasal, de modo que aún alcancé a enterarme del misterio que representaba para todos los tapires la esquiva figura de Mamila Esanalga
[14], ausente sin que mediara explicación: según Abuelio Larva, estaba por llegar para tomar el control de la situación, pero que su labor al frente del periódico Tumores en la Vagina[15] no lo deja resollar. Claro que nadie lo creía, y ya para esas alturas los ánimos estaban más que caldeados: aburridos. De modo que agarré mi bolsita de abono y me fui sin despedirme. Y aquí me tienen ustedes, de nuevo en esta burbujeante columnita, porque espero que en pago por mi colaboración Lombriz Parida me presente a la famosa Ingle Véjenla: ánimas que sea gorda y lasciva, como a mí me gusta.

Notas

[1] Pues recuérdese que ahora Montenegro radica en Mómax, pueblo que no se decide aún si está en Jalisco o en Zacatecas. (N. del E.).

[2] Y si alguien retoba porque me convendría mejor conseguirlo en La Chona, responderé con elegancia que el de los caballos de calandria es gratis: Juancho Dañón, ya te di tema para tu siguiente columna aceda en Púbico. (N. del A.).

[3] Cosa que Montenegro solicita que se explique con algún detenimiento, pues a su decir él no suele «frecuentar esa pocilga perfumada donde los jotos se juntan a ver revistas de mamados a ver quién cae». (N. del A. usurpando funciones del E.).

[4] Desconocemos ese platillo; acaso el autor esté refiriéndose a los tecolotes divorciados (N. del capitán de meseros).

[5] Mentira: era al propio capitán de meseros, porque no me quería servir un tequila más. (N. del Polvorón en persona, todavía indignado).

[6] Que quién sabe por qué estaba ahí, si él ya jineteó esos dineros de lo lindo cuando les dieron la beca en otras ocasiones, y se desentendió del asunto en cuanto les retiraron la chichi: seguro vio que había lana otra vez y se arrimó de nuevo, a ver qué le tocaba. (N. del A., suscrita con codicia por el E. y todos los demás).

[7] COSA EN LA QUE ESTOY DE ACUERDO, MÉNDIGOS MARROS. (N. del A.).

[8] Alargadita y mal hecha, como recordará cualquiera. Por cierto, ¿dónde estarán el Hijos Mano y Carabobito, que diligentemente la hacían? (N. del A.).

[9] Recién desempacado de las Europas, donde tocaba el charango en una estación de metro. Quién sabe qué será más fácil quitarle: si la maña cosmética o la lingüísitca, pues con acento peninsular no suelta los “vale”, “paso de”, “tío” o “gilipollas”. (N. del Comité Barcelona y Ameca Ciudades Hermanas).

[10] Pues el Polvorón adereza su Afrín con comino y sosa, porque si no ya no le hace. (N. del A.).

[11] A la pasada, el señor Montenegro jaló la falda de una mesera para tallarse los ojos, y entonces vimos todos que esa mesera tenía huevos. (N. de un garrotero del Sangron’s, consternado).

[12] Aunque le hubiera fallado a Capricio Motel Falditas, del que se sabe que ya gasta una calva a tono con su barriga. (N. del A.).

[13] Apenas repuesto de la zarandeada que le pusieron con el argüende que se armó a raíz de los rebuznos de Meliendres (N. del E., en plan de Kimono Chico).

[14] Flamante director de este pasquín, por si alguien no se ha enterado aún (N. de Mamila Esanalga).

[15] Aunque lo cierto es que vaga con una cubetita vendiendo cebiche en la Playa de los Muertos, usa chancletas y se perforó el ombligo. (N. del Babe Huerta, quien persiguió a Esanalga hasta Tomatlán para que le devolviera unos libros y es la última persona que lo vio con vida).

*«Nota bene» me dijo una vez Lebrel Catrín (antes de irse a tocar el contrabajo en un trío de boleros en San Luis Potosí) que se decía cuando uno quiere dar una explicación para los burros que no captan al vuelo las intenciones del autor. Le quiero creer, porque además se ve bien elegante. También la aprovecho para recordar que se lean las notitas al pie que pongo y que me ponen, porque sé que hay haraganes que se las brincan. ¡Maldito block, estoy dejándome los ojitos en ponerle tantos primores...! ¡Considérenme!

¡No te metas con Popea!

He aquí, la otra que les decía. También data de aquellas épocas, y está bien chispa.

Hallábame yo en días pasados estrenando con trabajos los alicates
[1] que me compré en el Baratillo cuando zumbó mi celular[2], y sin interrumpir mi higiene lo contesté con cordial y cachonda voz, como suelo. Para mi sorpresa, la voz que llamaba era peor de rasposa, y pronto me retrotrajo al pasado en que incurría yo en el malsano hábito de oír el programa del Negro Perrero. “¡Popea!”, me grité en silencio, y en eso la uña cedió pero con mi entusiasmo me alcancé a llevar un pedacito de carne[3]. Era, en efecto, la locutora aquella, que muchas veces me había colgado en la época supradicha, cuando yo telefoneaba a la estación de radio queriendo salir al aire para chiflar “El moro de Cumpas”[4]. Pensé, mientras buscaba alguna estopa para apretarme el dedo pellizcado: “Ahora verás, mija”, y entre que me mordía un cachete para no chillar y entre que no hallaba el méndigo botoncito del celular para colgarle a la abusona, ésta se las arregló para sonsacarme mi domicilio y amenazar con mandarme “su libro”. Y acabó colgándome ella, una vez más[5].

Me olvidé del incidente, pues acaso pensé que los libros nomás sirven para atrancar puertas[6]. Pero a los pocos días, un paquetito avieso me aguardaba en mi taller, y curioso que soy supe pronto que se trataba de la amenaza cumplida de Popea: un volumen de pastas rojas donde figuran las caritas risueñas de una mujer y varios regordetes que me costó trabajo reconocer: saqué la lupa[7] y fui identificándolos: en primer lugar, la propia Popea, con risa perversa; luego, un oligofrénico que con horror vi que era Pedeando de León, en carcajada babeante; tercero, Mermado Esquilma, sacándose la cerilla; cuarto, Mamila Esanalga, secándose el sudor; quinto, Cafesael Secansa, sacándole la fruta a la piñata[8]; sexto, Luis Tontín Aúlla, limándose las uñas; séptimo, Capricio Motel Falditas, comiéndose un moco; octavo, Ungenio Pamplinas, como pujando para adentro, y noveno ¡de nuevo Pedeando de León, llorando y cubriéndose el rostro! El espanto me ganó, y peor pesadilla me esperaba dentro del Libro Rojo: un machote aplicado a rajatabla a los farsantes mencionados, con sesudas y tediosas preguntas acerca de la literatura, sus manías, sus aspiraciones, sus más bajas puercadas, para decirlo de una vez. Y todo, peor de malo, aderezado con retratos a página entera de los truhanes de marras[9], y con cuentitos que ellos mismos aportaron sobre panzones, perros pendejos, borrachos y jotos.

Despacho, pues, las siguientes urgentes líneas para precaver a cualquier ingenuo que tenga ese bodrio en sus manos: la autora[10] persigue el mendaz propósito de hacer una aproximación a una presunta nueva narrativa jalisciense, cosa podrida si es que existe: estos retrasados no pueden estar creyéndose las etiquetas que les cuelga, inficionada por su urgencia de sacar la tesis y por el afán torcido de salir en la prensa, la tal Popea. Dos cosas me dijo el otro día Abuelio Larva, cuando me platicó cómo fue la presentación del dichoso libraco[11]: primero, que el show de los supuestos escritores revoloteando en torno a esta Gertrude Stein de los pobres es una nueva manifestación “del Eterno Femenino, esa capacidad de mangonear a los hombres y salirse con la suya”[12]; y segundo, que dada la selección de incautos que se prestaron a desnudar su corazoncito y a poner la jeta para la foto, los demás integrantes de la pléyade literaria en Guadalajara “han de estar haciendo chile con el rabo”.

Pero yo, of course, veo siempre más allá: es cierto que en las páginas de este librejo hay un fuego cruzado (los entrevistados se avientan cebollazos e insultos como diputados desparpajados y sin la mínima idea de que alguien los ve: parecen protagonistas de videos chuscos recibiendo balonazos en las partes o embarrándose en el pastel de la quinceañera), lo que dará para unos veinte minutos de risa loca (y quizá más si el lector se aventura por algunas declaraciones marmóreas que los “creadores” largan sin pudores[13]). Pero la canela pura, la neta de las netas, es la paginita mezquina donde la entrevistadora[14] arroja sus “Consideraciones Finales”: que todos estos escribidores la asustan por intolerantes y cándidos[15], que por estar aislados unos de otros ya se jodieron y de paso jodieron a la literatura, que a través de su entrevista machacona y de las fotos es posible conocer apreciar a los autores y no contentarse sólo con su obra creativa (como si la obra de cada uno propiciara una necesidad del tipo: “yo quiero saber qué calzones usa Capricio, en qué fuentes mama Mermado, por qué a los cuentos de Pedeando les falta carne”), y que algunos fueron parcos y otros generosos[16]. Ah, y que disfrutó mucho de la conversación y el intercambio de ideas: ¿cuáles ideas habrá aportado ella, me pregunto, si sólo constan estas descalificaciones rápidas (y malvadas hasta para los inútiles que habitan su mamotreto)?

En fin, que me soplé el regalito de Popea y ahora no puedo encontrarla para desquitarme[17]. Si alguien la ve o se comunica con ella, que le diga que hay un autor más para que lo desuelle: yo mero, aunque no soy periodista, ni maestro, ni joto, ni picapedrero, ni sé hacer martinis, ni hablo mal de mis amigos. Ya vería, la insolente, quién es la horma de su zapato. Pero como no estoy para guardar rencores en mi corazón mulato, convengo en atenerme a la apreciación mejor que hay sobre esta mujer: la de sus piernas, que buenamente me ha recomendado el amigo Tetemo Vivo (y tampoco soy misógino, reinita).


Notas

[1]
Por un hongo malvado que me ha engrosado las uñas de los pies (N. del A.).

[2] Que vibra sabrosito. Me hice de él jugando a la rayuela con mi diurético amigo El Polvorón (N. del A.).

[3]
Con la hemorragia consecuente, y por eso aún traigo huaraches: me parezco al egregio poeta Coché (N. del A.).

[4] Montenegro era presa entonces de la afición a la charanda, y a las once de la mañana ya estaba un poco extravagante (N. del Negro Perrero, diplomático).*

*Pero a esas horas ya te hallaba tirado y vomitado afuera de La Fuente, querido Estebanico (N. oportuna del A. ante la aclaración inoportuna del Negro Perrero).

[5]
De donde se infiere una abrumadora incapacidad de nuestro amigo Gervasio para saber sustraerse al dominio de las mujeres, cosa que afirmo a sabiendas de que me podrá partir la madre (N. de Pedeando de León, psicólogo silvestre).

[6]
A ver: Montenegro se olvidó también de la humillación infligida por la mujer, señal de que es un buenazo, un pan de huevo que en cualquier boca se ablanda, aunque sé que al leer esto va a incomodarse (N. de Patín Llora, psicólogo de a deveras).

[7] Por pura vanidad he prescindido de los bifocales, pues me sé guapo sin ellos. Estoy firme en mi ansia de conocer a esa mujer-tornado de la que tanto me cuentan los roñosos de El Tapir: Ingle Véjenla. Que venga, que me haga suyo, que me dé de amar. (N. del núbil A.)

[8] Eso no se ve en la foto: lo infiero porque mira al vacío y asoma la lengüita (N. del perspicaz A.).

[9] Que, está visto, posaron encantados para esta galería del horror: ¿cómo, estando tan cachetones, se dejaron captar por la lente que terminó de deformarlos? (N. del A., de esteta a esteta).

[10] Que tiene buenas piernas (N. de Tetemo Vivo, entusiasta).

[11] Presentación a cargo de Patín Llora, Coque Escuincla (quien fungió de edecán), la propia Popea (¡que tiene buenas piernas!: intromisión de Tetemo Vivo en esta nota) y un viejito apellidado Caballo que se la pasó haciendo chistes lelos sobre el Cardenal, echándole porras a Capricio Motel y diciendo qué periódicos lee. Asistió, cuentan, una manada de amigos de la autora (de buenas piernas, por cierto: nueva interrupción de Tetemo Vivo), y Ungenio Pamplinas confesó una burrada a mitad del acto. De ahí en más, nada interesante. (N. del A., lamentando no haber estado presente).

[12] Según Abuelio, pues, que sabe ser sentencioso y hasta cuando riega el tepache es chispeante, como al pensar que Popea en realidad se llama Luz Clarita (N. del A.).

[13] Debo hacer unas citas al garete: Cafesael Secansa escupe sobre una maestra suya que ha cometido el error de nacer; Mermado Esquilma cree que la inspiración es fumarse un cigarro; Mamila Esanalga promulga que se acuesta entre once y doce y lee hasta las dos, dos treinta (¡!); Pedeando de León descubre que su necesidad de escribir es el problema del ser y el no ser; a Capricio Motel le vale madre escribir sobre el México del 2018 y dice “plas, plas, plas”; Ungenio Pamplinas revela que toma notas en cantinas y en entrevistas con pirujas; y Luis Tontín Aúlla relata cómo, púber aún, ahorró para comprarse un libro en Gigante. (N. del A.).

[14] De buenas piernas, no lo olviden (N. de Tetemo Vivo, desasosegado).

[15] Le faltó poner que por misóginos, que es la idea fija que trae y no admite: cómo nos ha dado lata con eso (N. de Cafesael Secansa y Pedeando de León, montoneros aprovechando la ocasión).

[16] Por “generosos” debe referirse la autora a los que le pagábamos el café mientras nos interrogaba (Nota de Cafesael Secansa).

[17]
Me dicen los de El Tapir que para cuando se publique esta columna la autora ya estará radicada al otro lado del Atlántico, seguramente dedicada a fabricar habitáculos de peluche con series de foquitos que rechinan –porque además se ostenta dizque como artista sonora… y yo que pensaba que sonora sólo la Santanera (N. del A.).