lunes, 1 de octubre de 2007

¡No te metas con Popea!

He aquí, la otra que les decía. También data de aquellas épocas, y está bien chispa.

Hallábame yo en días pasados estrenando con trabajos los alicates
[1] que me compré en el Baratillo cuando zumbó mi celular[2], y sin interrumpir mi higiene lo contesté con cordial y cachonda voz, como suelo. Para mi sorpresa, la voz que llamaba era peor de rasposa, y pronto me retrotrajo al pasado en que incurría yo en el malsano hábito de oír el programa del Negro Perrero. “¡Popea!”, me grité en silencio, y en eso la uña cedió pero con mi entusiasmo me alcancé a llevar un pedacito de carne[3]. Era, en efecto, la locutora aquella, que muchas veces me había colgado en la época supradicha, cuando yo telefoneaba a la estación de radio queriendo salir al aire para chiflar “El moro de Cumpas”[4]. Pensé, mientras buscaba alguna estopa para apretarme el dedo pellizcado: “Ahora verás, mija”, y entre que me mordía un cachete para no chillar y entre que no hallaba el méndigo botoncito del celular para colgarle a la abusona, ésta se las arregló para sonsacarme mi domicilio y amenazar con mandarme “su libro”. Y acabó colgándome ella, una vez más[5].

Me olvidé del incidente, pues acaso pensé que los libros nomás sirven para atrancar puertas[6]. Pero a los pocos días, un paquetito avieso me aguardaba en mi taller, y curioso que soy supe pronto que se trataba de la amenaza cumplida de Popea: un volumen de pastas rojas donde figuran las caritas risueñas de una mujer y varios regordetes que me costó trabajo reconocer: saqué la lupa[7] y fui identificándolos: en primer lugar, la propia Popea, con risa perversa; luego, un oligofrénico que con horror vi que era Pedeando de León, en carcajada babeante; tercero, Mermado Esquilma, sacándose la cerilla; cuarto, Mamila Esanalga, secándose el sudor; quinto, Cafesael Secansa, sacándole la fruta a la piñata[8]; sexto, Luis Tontín Aúlla, limándose las uñas; séptimo, Capricio Motel Falditas, comiéndose un moco; octavo, Ungenio Pamplinas, como pujando para adentro, y noveno ¡de nuevo Pedeando de León, llorando y cubriéndose el rostro! El espanto me ganó, y peor pesadilla me esperaba dentro del Libro Rojo: un machote aplicado a rajatabla a los farsantes mencionados, con sesudas y tediosas preguntas acerca de la literatura, sus manías, sus aspiraciones, sus más bajas puercadas, para decirlo de una vez. Y todo, peor de malo, aderezado con retratos a página entera de los truhanes de marras[9], y con cuentitos que ellos mismos aportaron sobre panzones, perros pendejos, borrachos y jotos.

Despacho, pues, las siguientes urgentes líneas para precaver a cualquier ingenuo que tenga ese bodrio en sus manos: la autora[10] persigue el mendaz propósito de hacer una aproximación a una presunta nueva narrativa jalisciense, cosa podrida si es que existe: estos retrasados no pueden estar creyéndose las etiquetas que les cuelga, inficionada por su urgencia de sacar la tesis y por el afán torcido de salir en la prensa, la tal Popea. Dos cosas me dijo el otro día Abuelio Larva, cuando me platicó cómo fue la presentación del dichoso libraco[11]: primero, que el show de los supuestos escritores revoloteando en torno a esta Gertrude Stein de los pobres es una nueva manifestación “del Eterno Femenino, esa capacidad de mangonear a los hombres y salirse con la suya”[12]; y segundo, que dada la selección de incautos que se prestaron a desnudar su corazoncito y a poner la jeta para la foto, los demás integrantes de la pléyade literaria en Guadalajara “han de estar haciendo chile con el rabo”.

Pero yo, of course, veo siempre más allá: es cierto que en las páginas de este librejo hay un fuego cruzado (los entrevistados se avientan cebollazos e insultos como diputados desparpajados y sin la mínima idea de que alguien los ve: parecen protagonistas de videos chuscos recibiendo balonazos en las partes o embarrándose en el pastel de la quinceañera), lo que dará para unos veinte minutos de risa loca (y quizá más si el lector se aventura por algunas declaraciones marmóreas que los “creadores” largan sin pudores[13]). Pero la canela pura, la neta de las netas, es la paginita mezquina donde la entrevistadora[14] arroja sus “Consideraciones Finales”: que todos estos escribidores la asustan por intolerantes y cándidos[15], que por estar aislados unos de otros ya se jodieron y de paso jodieron a la literatura, que a través de su entrevista machacona y de las fotos es posible conocer apreciar a los autores y no contentarse sólo con su obra creativa (como si la obra de cada uno propiciara una necesidad del tipo: “yo quiero saber qué calzones usa Capricio, en qué fuentes mama Mermado, por qué a los cuentos de Pedeando les falta carne”), y que algunos fueron parcos y otros generosos[16]. Ah, y que disfrutó mucho de la conversación y el intercambio de ideas: ¿cuáles ideas habrá aportado ella, me pregunto, si sólo constan estas descalificaciones rápidas (y malvadas hasta para los inútiles que habitan su mamotreto)?

En fin, que me soplé el regalito de Popea y ahora no puedo encontrarla para desquitarme[17]. Si alguien la ve o se comunica con ella, que le diga que hay un autor más para que lo desuelle: yo mero, aunque no soy periodista, ni maestro, ni joto, ni picapedrero, ni sé hacer martinis, ni hablo mal de mis amigos. Ya vería, la insolente, quién es la horma de su zapato. Pero como no estoy para guardar rencores en mi corazón mulato, convengo en atenerme a la apreciación mejor que hay sobre esta mujer: la de sus piernas, que buenamente me ha recomendado el amigo Tetemo Vivo (y tampoco soy misógino, reinita).


Notas

[1]
Por un hongo malvado que me ha engrosado las uñas de los pies (N. del A.).

[2] Que vibra sabrosito. Me hice de él jugando a la rayuela con mi diurético amigo El Polvorón (N. del A.).

[3]
Con la hemorragia consecuente, y por eso aún traigo huaraches: me parezco al egregio poeta Coché (N. del A.).

[4] Montenegro era presa entonces de la afición a la charanda, y a las once de la mañana ya estaba un poco extravagante (N. del Negro Perrero, diplomático).*

*Pero a esas horas ya te hallaba tirado y vomitado afuera de La Fuente, querido Estebanico (N. oportuna del A. ante la aclaración inoportuna del Negro Perrero).

[5]
De donde se infiere una abrumadora incapacidad de nuestro amigo Gervasio para saber sustraerse al dominio de las mujeres, cosa que afirmo a sabiendas de que me podrá partir la madre (N. de Pedeando de León, psicólogo silvestre).

[6]
A ver: Montenegro se olvidó también de la humillación infligida por la mujer, señal de que es un buenazo, un pan de huevo que en cualquier boca se ablanda, aunque sé que al leer esto va a incomodarse (N. de Patín Llora, psicólogo de a deveras).

[7] Por pura vanidad he prescindido de los bifocales, pues me sé guapo sin ellos. Estoy firme en mi ansia de conocer a esa mujer-tornado de la que tanto me cuentan los roñosos de El Tapir: Ingle Véjenla. Que venga, que me haga suyo, que me dé de amar. (N. del núbil A.)

[8] Eso no se ve en la foto: lo infiero porque mira al vacío y asoma la lengüita (N. del perspicaz A.).

[9] Que, está visto, posaron encantados para esta galería del horror: ¿cómo, estando tan cachetones, se dejaron captar por la lente que terminó de deformarlos? (N. del A., de esteta a esteta).

[10] Que tiene buenas piernas (N. de Tetemo Vivo, entusiasta).

[11] Presentación a cargo de Patín Llora, Coque Escuincla (quien fungió de edecán), la propia Popea (¡que tiene buenas piernas!: intromisión de Tetemo Vivo en esta nota) y un viejito apellidado Caballo que se la pasó haciendo chistes lelos sobre el Cardenal, echándole porras a Capricio Motel y diciendo qué periódicos lee. Asistió, cuentan, una manada de amigos de la autora (de buenas piernas, por cierto: nueva interrupción de Tetemo Vivo), y Ungenio Pamplinas confesó una burrada a mitad del acto. De ahí en más, nada interesante. (N. del A., lamentando no haber estado presente).

[12] Según Abuelio, pues, que sabe ser sentencioso y hasta cuando riega el tepache es chispeante, como al pensar que Popea en realidad se llama Luz Clarita (N. del A.).

[13] Debo hacer unas citas al garete: Cafesael Secansa escupe sobre una maestra suya que ha cometido el error de nacer; Mermado Esquilma cree que la inspiración es fumarse un cigarro; Mamila Esanalga promulga que se acuesta entre once y doce y lee hasta las dos, dos treinta (¡!); Pedeando de León descubre que su necesidad de escribir es el problema del ser y el no ser; a Capricio Motel le vale madre escribir sobre el México del 2018 y dice “plas, plas, plas”; Ungenio Pamplinas revela que toma notas en cantinas y en entrevistas con pirujas; y Luis Tontín Aúlla relata cómo, púber aún, ahorró para comprarse un libro en Gigante. (N. del A.).

[14] De buenas piernas, no lo olviden (N. de Tetemo Vivo, desasosegado).

[15] Le faltó poner que por misóginos, que es la idea fija que trae y no admite: cómo nos ha dado lata con eso (N. de Cafesael Secansa y Pedeando de León, montoneros aprovechando la ocasión).

[16] Por “generosos” debe referirse la autora a los que le pagábamos el café mientras nos interrogaba (Nota de Cafesael Secansa).

[17]
Me dicen los de El Tapir que para cuando se publique esta columna la autora ya estará radicada al otro lado del Atlántico, seguramente dedicada a fabricar habitáculos de peluche con series de foquitos que rechinan –porque además se ostenta dizque como artista sonora… y yo que pensaba que sonora sólo la Santanera (N. del A.).

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